Abel Azcona's work Una muerte anunciada is an intangible piece. It is a performative act that represents the artist's own stance toward death. His continuous affirmation of his wish never to have been born, along with his positioning of a possible chosen death, are understood in this biographical work—one that has not yet occurred—as a work in itself. / La obra Una muerte anunciada de Abel Azcona es una obra no tangible. Es un acto performativo que supone el propio posicionamiento del artista ante la muerte. Su continua afirmación de su deseo de no haber nacido y su posicionamiento de una posible muerte elegida son entendido en esta obra biográfica no acontecida como una propia obra en si.
A Death Foretold
Everything begins with something we cannot control: birth. From there, everything becomes paradox and contradiction. We are something practically impossible to happen, yet we happen. Talking about death is talking about nothing. And about everything. It is an ungraspable absolute. To speak of what is unknown, the greatest of all mysteries, is a pretentious act, and we can only speak of death in hypothetical terms. It can happen in many ways, some foreseen and others unexpected, but the only certainty is that confronting it represents a turning point in one’s life. It not only marks the end of life itself but also the end of all its relationships, those that the individual maintained with their environment, their work, their animals, friendships—everything that could converge in their daily life comes to a halt forever. But what leads someone to want to reflect on their own death? There may be many reasons, but the artist Abel Azcona is clear on his: the repeated threats against his life are a reality, and the possibility of it happening at any moment becomes an inevitable idea. It is not a condition, but if we consider that his artistic production centers around autobiographical references, his death must be understood in an artistic key as well, for pure consistency with his career.
Far from romanticizing death, we will approach it from an artistic perspective, without any moralizing tones. It is not judged, it is not desired, it is meant to be avoided, but it will happen. Abel Azcona is not afraid to speak of it. But there is a clear issue to keep in mind in order to understand what we are addressing here: Abel Azcona’s death is not only something we are certain will happen—like with every mortal being—but in his case, the idea of death has been following him since before his own birth. And since those failed abortion attempts, the threat has never ceased. We know that a mother does what she can and sometimes cannot, even if she wishes. That abortion can be an act of love but also of crossroads: the desperate situation of a mother that leads to the desperate situation of a child.
Abel’s work does not aim to end in death, but in justice. The abuses, the neglect, the violence against a child, and the undesirable families he had to be part of should not be forgotten in silence. But action leads to reaction, and when Abel takes it upon himself to make all of this visible, the tension and threats return like a boomerang. Seeking vital relief requires taking charge of the pain and trauma, facing the enemy head-on. Trying to rebuild a life can translate into trying to rebuild one’s own death, re-signifying it, or why not, giving it meaning. Sometimes, to live, the only thing left is to create.
Abel’s life is a constant process of investigation, and in works of art, precisely, the most interesting part is often the process, because the final product is nothing more than the materialization of the fact that everything has ended. If we consider that Azcona conceives his death as the final work, we are thus witnessing his artistic process in real-time, and we must wait until the work is completed. If his death is the final consequence of his work, it will be part of it. And as long as the work exists, Abel will be alive, even though he dies.
María Arregui
Una muerte anunciada
Todo empieza por un hecho que no podemos controlar: el nacimiento. A partir de ahí, todo se vuelve paradoja y contradicción. Somos algo prácticamente imposible de suceder, pero sucedemos. Hablar de la muerte es hablar de la nada. Y del todo. Es un absoluto inabarcable. Hablar sobre aquello que no se conoce, la mayor de las incógnitas, es un acto pretencioso, y solo podemos hablar de la muerte en términos hipotéticos. Puede suceder de muchas maneras, algunas previstas y otras imprevistas, lo único cierto es que enfrentarla supone un momento de inflexión en la propia vida. No solo supone el final de ésta, sino el final de todas sus relaciones, de aquellas que mantenía el individuo con su entorno, su trabajo, sus animales, amistades, todo aquello que podía converger en su día a día se detiene para siempre. Pero, ¿qué lleva a alguien a querer reflexionar sobre su propia muerte? Puede haber muchos motivos, pero el artista Abel Azcona tiene el suyo claro: las amenazas reiteradas contra su vida son un hecho, y la posibilidad de que acontezca en cualquier momento se torna una idea inevitable. No es un condicionante, pero si tenemos en cuenta que su producción artística contiene como hilo central la referencia autobiográfica, su muerte ha de entenderse desde una clave artística igualmente, por pura coherencia con su carrera.
Lejos de romantizar la muerte, aquí la trataremos desde la perspectiva artística y sin trazas moralizantes. No se juzga, no se desea, se pretende evitar, pero acontecerá. Abel Azcona no teme hablar de ella. Pero hay una cuestión clara que se debe tener presente para entender de lo que aquí tratamos: la muerte de Abel Azcona no sólo es algo de lo que tengamos la certeza de que va a ocurrir -como a todo ser mortal- sino que, en su caso, la idea de muerte lo persigue desde antes de su propio nacimiento. Y desde aquellos intentos de aborto que no concluyeron, la amenaza no ha cesado. Sabemos que una madre hace lo que puede y que a veces no puede aunque quisiera. Que el aborto puede ser un gesto de amor pero también de encrucijada: la situación desesperada de una madre que desemboca en la situación desesperada de un hijo.
El trabajo de Abel no pretende concluir en muerte sino en justicia. Los abusos, la desprotección, la violencia contra un niño y las familias indeseables de las que tuvo que formar parte no merecían olvidarse en el silencio. Pero la acción conlleva una reacción, y cuando Abel se hace cargo de visibilizar todo ello, la tensión y las amenazas regresan como un boomerang. Buscar el alivio vital requiere hacerse cargo del dolor y el trauma, de mirar de frente al enemigo. Intentar recomponer una vida puede traducirse en intentar recomponer la propia muerte, resignificarla, o por qué no, otorgarle un sentido. A veces, para vivir, solo queda crear.
La vida de Abel es un proceso de investigación constante, y en las obras de arte, precisamente, lo más interesante suelen ser los procesos, ya que el producto final no es más que la materialización de que todo ha terminado. Si atendemos a que Azcona concibe su muerte como obra final, estamos por tanto viendo su proceso artístico en tiempo real, y deberemos esperar hasta ver concluida la obra. Si su muerte es la consecuencia final de su obra, formará parte de ésta. Y mientras exista la obra, Abel estará vivo, aunque muera.
María Arregui